Voland en crisis
¿Cuántas miradas es capaz de sostener un cuerpo cansado de
palabrerías?
Contemplo a la gente pasar como un bulto tiranizado,
fastidiado y mecánico sobre las calles que revientan de blasfemias y empujones
para hacer más amena la cuenta regresiva del obscuro total.
¿Que cómo me siento? No lo sé. Es algo complicado aterrizar
este pesar y malestar en palabras, o mejor dicho, en símbolos procesados por la
mente. Para ser franco, es interesante ver cómo aquella señora grita al
barrendero por la escases de eficacia que tiene al barrer ciento treinta y
siete calles para ganarse un par de monedas; sólo que un servidor público no
podrá barrer su histeria crónica nunca y mucho menos el que haya perdido el
empleo un día anterior causado por el pulcro hábito de la impuntualidad. “¿Quién
te crees? La perrada va del otro lado, idiota. Ponte en tu lugar, no te
compares conmigo que tú y yo no somos iguales, imbécil” dijo con un escupitajo
de punto final, cuando el humilde hombre sólo quería pedir una disculpa que no
le correspondía.
Llevo contando el tiempo desde entonces: 29 días, 6 horas y 33
minutos. ¿Dónde estás? Estoy varado en una soledad absoluta que hiela el aire,
con un frasco que encierra el dolor cubierto de nieve que se derrite con el fuego de un corazón destrozado. Te deseo como
aquello que sabes que jamás podrás poseer. Maldita pasión. ¿Cómo fue que llegué
aquí? ¿No será esto un sueño?
Sonríe, hoy hay rebajas en las tiendas departamentales.
Sonríe, hoy el estado te presta dinero para que reconstruyas tu jaula (vulgarmente
llamada “hogar”) con una deuda de veintes años.
Sí, desde acá arriba los problemas de la gente lucen
insignificantes. Me siento pequeño, soy una letra más de una enciclopedia de
cincuenta tomos que nadie lee.
La verdad es que no sé por qué lloro, pero una lágrima
tranquiliza el temblor de mi mejilla, recorre mi mentón y cae, como una
estrella fugaz, hasta tener contacto con el pavimento y explotar en miles de partículas que la gente
pisa creyendo que alguien les ha escupido. Ellos voltean, pero no me ven, soy
una sombra que se bifurca por el sol. “Estúpidos animales” Claro, estúpido esto
y estúpido el sendero que me toca vivir.
El viento me hace balancearme sobre mi pie que cuelga del
filo de un peldaño. El viento me habla. El viento me revela el secreto del
hombre… porque nadie te oye, querido, nadie. Sólo la gente perdida y con acceso
al conocimiento es capaz de oír la melodía articulada por el suspiro de la
madre tierra.
Cierra los ojos. Respira y contén el aire:
Diez. Los problemas desaparecen con un grito ahogado en la
garganta. Nueve. El sol me quema. Ocho. Ojalá que mi cráneo reviente como lo
hiciste conmigo. Siete. Todas las mentiras se evaporarán. Seis. Nunca me han
gustados los humanos. Cinco. No tuviste el valor de decir la monstruosa figura
que eres. Cuatro. La vida es tan frágil. Te la puede arrebatar un hombre con un
objeto punzocortante para robarte el $1.50 que traes en el pantalón. Te puedes
cortar, romper un hueso o una enfermedad terminal. Tres. Nunca me sentí más
libre. Dos. Máscaras. Uno. Me llamo Holil. Cero…
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