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Y sí, nuestro mundo se redujo a pláticas nocturnas con promesas que se conjuraban con los rayos bifurcados a través de la ventana, promesas que rondaban a pasos pequeños por la habitación, que sólo perduraban con su esencia, con su epitafio y efímero silencio.
Tal vez lo que llamábamos destino sólo era una cita a ciegas, una cena romántica, caminos que se cruzaron un segundo y un dolor en el pecho que sobrellevo con boletos de metro y un par de monedas en el bolsillo.

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