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Hortaliza sintética verde [2a parte]

Hay veces en las que no logro comprender cómo un animal, teniendo cerebro, llega a ser tan estúpido; fue una lástima que haya muerto. Al menos, consiguió su meta añorada el felino, ¿no creen? -Me froto los ojos y volteo hacia el papel- ¿Qué? No, no lloro. La noche fue larga y admito que no dormí.
Pero basta de hablar del presente, lo que más me importa es el pasado.

Era... una tarde de Octubre, como cualquier otra. Salí a caminar por la vereda que lleva a la Iglesia del pueblo: un camino pedregoso, donde los insectos asoman las cabezas, buscando explicación al por qué invaden su casa, por donde pasa un riachuelo que lleva consigo pequeñas partículas de oro que, claro, lo hacen brillar.

La tarde estaba nublada. Es más, pareciese que el mismo cielo compartía la melancolía, aunque tampoco sé si estaba enojado. Yo no entiendo a la naturaleza.
Caminaba con mi paso pausado, con los talones de fuera, pisando las extremidades de mi suelas [Sí, soy una persona insegura] y la mirada encorvada, pero atenta.
Bien me decía mi madre, que en paz descanse, que bien pude estar con alguien más. Aunque aquí todos sabemos que el amor es la peor maldición: no te hace pensar objetivamente.
Disculpen, siempre me tengo que desviar de lo que hablo. Bueno, como les decía, caminaba por la vereda.
¡Puta madre, vete muy a la chingada, pendeja! ¡Nunca has tenido tiempo para mí y siempre me agarrabas de segunda opción! ¡Te odio tanto, Leonor!
Disculpen, de nuevo me siento mal. No es fácil superar el único amor en toda tu jodida vida.
-Cierra el cuadernillo y sale de su habitación-

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