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Café


Comenzaba la mañana y todo estaba normal, como cada sábado, con su respectiva rutina. Pero algo pasó que alteró todo.
Trazaba, dibujaba, alineaba (como quiera decirle) una figura borrosa en mi mente, que tenía que plasmar en papel. Total, decidí acostarme, relajarme y pensar un poco, como he de acostumbrar; una vez ahí, empezó el juego del mundo al revés, es decir, a ver imágenes que, al fin y al cabo, son invertidas por mi cerebro; mis párpados se fueron cerrando hasta culminar en el obscuro vació.
En el mundo de la fantasía yacía mi mente; comenzaba mi subconsciente a burlarse de lo que más anhelo, y creo historias transferidas desde lo más profundo, donde suelo esconder temores y alegrías; fue así como pasaron tres irreversibles sueños, donde experimenté bastantes sensaciones como para ponerme a pensar mucho.
Y el último, no lo recuerdo.

Mi único consuelo, para esa tarde vacía, fue agarrar un pedazo tela, que gira alrededor del cuello de una persona, para así oler un poco.

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